Se sabe que desde tiempos prehistóricos las mujeres ya se teñían el pelo de color cobre y se pintaban las uñas de los pies con el jugo rojizo de algunos frutos rojos del bosque.

 

También se sabe que cuando alguna hembra estaba en celo y quería aparearse, abría las piernas y separaba sus labios para esparcir su fragancia sexual a la espera de que un hombre, fornido y peludo que pasase cerca de ella, aliviase ese calor interno.

 

Al parecer, según estudios recientes, las hormonas de los hombres prehistóricos aun no estaban del todo desarrolladas y el mero hecho de ver a una hembra desnuda no les atraía lo suficiente como para llegar al apareamiento.

 

Sin embargo, al olfatear en el aire el dulce olor a hembra es cuando parecía que el hombre prehistórico se excitaba y hacia que el rabo peludo del hombre se fuese poniendo duro. Cuando olía a una hembra seguía el rastro oloroso hasta localizar el origen y al tenerla justo delante, sin miramiento ninguno la alzaba y la ponía a cuatro patas y la penetraba sin miramientos dándole buenos pollazos ininterrumpidos hasta que en una especie de grito, simulando la berrea del ciervo, el macho soltaba toda su esencia dentro de la hembra dejándola temblorosa de piernas y chorreante de semen. 

 

A esa berrea del hombre prehistórico se la conoce como... ¡La berrea del macho ibérico!